Trabajar y no tener techo: la realidad del paraíso capitalista

El capitalismo ha triunfado en todo el mundo, pero este triunfo es sólo el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital.”
—Vladimir Lenin

Hace pocos días, en medio de la oleada de frío polar que traspasó los 0 grados, se vio en televisión cómo un hombre contaba que trabajaba, pero no le alcanzaba para pagar un alquiler, por lo que vivía en la calle. Tiempo atrás se conoció una historia similar: una mujer relataba que, entre los mozos que contrataba para sus servicios de catering, había uno que vivía en la calle porque no le alcanzaba para pagar un lugar donde vivir. El primer hombre tuvo que recurrir a una ONG, en estos fríos días, para poder dormir caliente y no morir de hipotermia.

Las cifras que se conocen desde el mismo gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires son alarmantes: más de 5.000 personas viven en la calle en la capital de nuestro país, y desde el mismo gobierno regional informan que las cifras aumentan con el paso de los distintos gobiernos. Un primer indicio de que pasan gobiernos capitalistas —algunos progresistas, otros conservadores y de ultraderecha— pero el resultado es el mismo: aumento de la pobreza y, directamente, la pérdida para una fracción de los trabajadores de la dignidad humana de vivir bajo un techo.

El aumento de la pauperización de las condiciones básicas del pueblo argentino no tiene un solo responsable; no es sólo Javier Milei. Si hablamos de los últimos gobiernos —tanto el de los Kirchner (2003-2015), como el de Macri (2015-2019), el peronista de Alberto Fernández y Cristina Kirchner (2019-2023), y el del ultraderechista y reaccionario Javier Milei en curso— vemos un alza en la desigualdad. Más allá de los picos de las commodities de soja y trigo en la Bolsa de Chicago, que le permitieron al gobierno peronista de Néstor y CFK una política de algunas migajas extras para cierto sector del pueblo —la cual no duró todos los mandatos—, la desigualdad atraviesa todos los gobiernos de la burguesía. Porque el problema de raíz se basa en el modo de producción, en la apropiación de lo producido por unas pocas manos, y no en algunas medidas circunstanciales de algunos gobiernos de “derecha” como piensa la socialdemocracia. El hecho de que haya trabajadores que venden su fuerza de trabajo y no tengan ni siquiera un techo, es un fenómeno nuevo, y sí es responsabilidad de la ofensiva patronal denominada “Plan Motosierra”, encabezada por Javier Milei. Este nuevo fenómeno —que seguirá en alza, a menos que derrotemos la política de ajuste del gobierno—, en el que la parte de lo producido que se apropia el capitalista es tan grande que ya no cubre ni las necesidades ultra básicas como vivir bajo un techo para poder volver al día siguiente a vender la fuerza de trabajo, significa varias cosas: en primer lugar, que el modelo de “libertad” era la libertad de morirse de hambre o de frío, de ser explotado, y la libertad de los capitalistas para tener a parte de sus trabajadores en situación de calle; en segundo lugar, muestra el agotamiento de este plan de los monopolios que está llevando a la clase obrera argentina a una masacre social y económica pocas veces vista; y en tercer lugar, revela el agotamiento de este sistema de explotación y expoliación, lo que Marx analizaba como la explotación del hombre por el hombre y la apropiación de lo socialmente producido. Hoy, la realidad es mil veces peor que la descrita en sus textos.

Cuando Lenin explica de una manera sencilla la teoría de la plusvalía de Marx, decía:

Marx descubrió una relación entre personas. El intercambio de mercancías expresa la relación establecida mediante el mercado entre los distintos productores. El dinero implica que esta relación se hace más estrecha y une indisolublemente en un todo la vida económica de los distintos productores. El capital significa un mayor desarrollo de esta relación: la fuerza de trabajo del hombre se transforma en mercancía. El obrero asalariado vende su fuerza de trabajo al propietario de la tierra, de la fábrica o de las herramientas. Emplea una parte de la jornada en cubrir los gastos del sustento suyo y de su familia (salario); durante la otra parte de la jornada trabaja gratis, creando para el capitalista la plusvalía, fuente de las ganancias, fuente de la riqueza de la clase capitalista.

Después de analizar esta cita, que resume de una manera sencilla lo que queremos decir, podemos ver que hoy en día, a una fracción de la clase obrera, el porcentaje que le queda luego de la apropiación de lo producido (plusvalía) no le alcanza ni para cubrir su sustento, y mucho menos el de su familia, como dice el texto.

A su vez, analizando la situación general de la clase obrera, en comparación con años atrás —cuando el obrero tenía, dentro de su salario, la posibilidad de alquilar, comprar, o tener un poco más de poder adquisitivo—, hoy en día eso es una fantasía. Tener la posibilidad de comprar una vivienda hoy es un imposible. La mayoría de las nuevas generaciones ya nace con la idea de que jamás comprará una casa, que vivirá con la preocupación y la inestabilidad de no saber si el mes siguiente podrá seguir alquilando.

Sin duda, esto se debe a la concentración absoluta del capital en pocas manos. La etapa en la que vivimos —la del imperialismo, es decir, la del capitalismo monopolista— lleva a una mayor desigualdad, donde hoy el 1% de la población mundial concentra la misma riqueza que la mayoría de las personas. ¡Una absoluta locura!

Ante este panorama totalmente apocalíptico —donde además la posibilidad de una guerra generalizada está latente, lo que implicaría un mayor deterioro en la vida de los pueblos del mundo—, necesitamos una respuesta, un horizonte hacia dónde caminar.

La lucha reivindicativa es parte de la lucha por el poder; es parte del camino, pero no es el fin. Hay varias banderas de reformas que podemos levantar, como, por ejemplo, la expropiación de las viviendas ociosas, la expropiación de tierras sin uso para la construcción de viviendas sociales. Son medidas totalmente válidas, y los trabajadores, en el duro camino hacia que nuestra clase dirija el país, debemos luchar por ellas. Si le podemos arrancar a la burguesía algún tipo de beneficio, lo haremos.

Pero el problema de raíz no lo va a cambiar ninguna reforma ni ningún derecho arrancado a un gobierno burgués. La cruda realidad de la clase trabajadora solamente puede ser transformada con el derrocamiento de la clase que nos explota, la que se apropia de lo que producimos, la que nos bloquea la posibilidad de tener una vida digna.

Una vida donde el techo, la comida, la salud, la educación y demás derechos básicos estén garantizados. Solo la organización de nuestra clase social para la toma del poder podrá garantizar una vida plena, llena de paz, felicidad y libre de preocupaciones, todo lo contrario al “paraíso” capitalista que predica Milei y en el que vivimos.