En el transcurso de las primeras semanas del mes de octubre, las tropas francesas abandonarán el territorio nigerino, como también lo hará el embajador, marcando un aparente cese, al menos temporal, de las tensiones que pusieron al África occidental en pie de guerra durante los últimos meses. Fue en julio cuando un golpe de Estado liderado por un sector del ejército, con el sentimiento anti francés como bandera, tomó el control del gobierno, replicando una serie de golpes similares ocurridos en la región en los últimos años, como es el caso de Burkina Faso. En el contexto de la aún encarnizada guerra interimperialista en Ucrania y de la conmoción hacia el interior de las ciudades galas por el asesinato a manos de la policía de un joven musulmán, el suministro de recursos energéticos y materias primas que garantizaba el dominio colonial informal sobre lo que en el pasado habían sido posesiones francesas, se puso en jaque nuevamente. Tal contexto crítico llevo a que, a diferencia de los últimos años, el fenómeno anti francés se consolide y las tensiones se disparen. Durante meses una guerra abierta entre el bloque encabezado por Nigeria, aún fiel al interés francés en la región, y Niger, parecía inminente, y rápidamente tomó forma la alianza entre Niger, Mali y Burkina Faso, que dotó de una narrativa común a los golpes de cada país y les permitió plantear una cooperación militar, política y económica sin precedentes por fuera del auspicio europeo. La conformación de este nuevo bloque y la impotencia por parte de Francia para asegurar sus intereses en la región, donde supo ejercer una dominación financiera y militar luego de los procesos independentistas, dan cuenta del ajetreado panorama que se vive a nivel internacional y del recrudecimiento de las tensiones entre los imperialismos ruso y chino, de creciente y aguda influencia en la región, por un lado, y el de los Estados Unidos y la OTAN por el otro, en franca retirada e incapaz de mantener sus posiciones en una multiplicidad de frentes. Este episodio, sumado a otros de igual magnitud, como el triunfo de la diplomacia china en Oriente medio o el bloque de los BRICS superando al histórico G7 en PBI por primera vez, arroja luz sobre el fenómeno que los analistas de la geopolítica ya han sabido denominar como “El fin del mundo unipolar”, y el ascenso del “mundo multipolar”, y que refleja la realidad de un mundo cambiante y en conflicto, donde ocurre un hito histórico tras otro.
Debemos ser especialmente conscientes de ello, pues hoy más que nunca, la teoría leninista del imperialismo se vuelve la herramienta fundamental para el análisis crítico de la realidad, cuya tradición intelectual debe ser retomada. Transitamos una era donde, apenas tres décadas de la victoria de la contrarrevolución en la URSS, la pirámide imperialista global parece atravesar procesos de transformación críticos en su configuración, suscitando y acelerando las discusiones hacia el interior del movimiento comunista internacional, y no debemos caer en posiciones oportunistas que reducen al imperialismo a la política exterior estadounidense y toman bando en favor de una u otra burguesía, sino que debemos recordar que ya sea en África o en Europa oriental los conflictos están atravesados por un profundo y marcado carácter de clase, y que es la bandera de la clase obrera de todo el mundo la única que podemos llevar por delante con firmeza, sin perder nunca el fervor revolucionario.