La guerra arancelaria y sus consecuencias para la clase trabajadora mundial

Por Manolis Rodriguez, comunista estadounidense de la CWPUSA

La aceleración de la guerra comercial con la presidencia de Trump podría hacernos creer que están ocurriendo fenómenos inexplicables. Sin embargo, podemos encontrar una analogía histórica en las políticas comerciales estadounidenses que siguieron a la Gran Depresión de 1929, con la implementación de la Ley Arancelaria Smoot-Hawley. Estas leyes, junto con el New Deal y el erróneo apoyo que le brindó el histórico Partido Comunista de EE.UU., formaban parte de un plan para evitar una nueva crisis económica, contener los movimientos laborales y populares, y preparar la economía para su entrada en la Segunda Guerra Mundial. El actual giro hacia una economía de guerra a nivel mundial es, como entonces, otro intento de evitar una nueva crisis, lo que conlleva el uso de los aranceles como preludio a una guerra imperialista generalizada. La diferencia entre entonces y ahora es que EE.UU. libra esta batalla no como un recién llegado a las alturas del sistema imperialista, sino como una potencia cuya posición en la cima de la pirámide está siendo amenazada por China. Sin embargo, la lección sigue siendo la misma: los administradores del capitalismo, independientemente de la fórmula, no pueden repartirse el mundo en paz.

Es importante destacar que se presenta la visión de los aranceles como una característica casi exclusiva de la administración Trump. Sin embargo, durante la presidencia de Biden, los ingresos fiscales provenientes de los aranceles fueron casi el doble que en el primer mandato de Trump, lo que demuestra que el gobierno demócrata no solo no cambió estas políticas, sino que las amplió, extendiendo incluso los aranceles y sanciones a otros países.

La aplicación masiva de aranceles es parte de la estrategia estadounidense de adoptar un enfoque más agresivo frente al ascenso de China en el sistema imperialista como su principal competidor, lo que resalta las crecientes tensiones entre las principales potencias económicas. Las políticas económicas de las dos administraciones anteriores fueron intentos de responder al debilitamiento relativo de EE.UU. en el sistema capitalista global. Mientras EE.UU. busca fortalecer su industria nacional, otras naciones se preparan con medidas de respuesta.

Lo que estamos presenciando es un conflicto entre imperialistas que se intensifica por los recursos y las esferas de influencia. El memorando de la Casa Blanca del 2 de abril fue indicativo de este conflicto, al delinear el enfoque de los esfuerzos estadounidenses en sectores estratégicos, con el objetivo de competir con los bajos costos laborales de Asia, fortalecer la industria militar y defender la primacía tecnológica, como también se destaca en la expansión por parte de Trump de la Ley CHIPS y Ciencia de Biden. Sin embargo, han surgido diferencias dentro de la burguesía, debido a la inquietud de los monopolios frente a los aranceles. Empresas como Goldman Sachs, JP Morgan y BlackRock, junto con la presión de la UE sobre grandes empresas tecnológicas, influyeron en la aprobación de la congelación temporal de 90 días. Otras objeciones provienen, por ejemplo, de Walmart, Target y Nike, que buscan mantener bajos costos de producción y dependen de importaciones baratas desde China y el sudeste asiático.

La clase trabajadora de los países enredados en este recrudecimiento de contradicciones es rehén de estas disputas. Uno de estos mecanismos incluye la necesidad de aumentar los ingresos estatales, lo que conlleva nuevos impuestos a través de los aranceles; incrementos en la productividad, que se basan en la intensificación de la explotación; y además, el aumento del poder adquisitivo dentro de EE.UU., que debe venir acompañado del cierre de expresiones de indignación social y del recorte de varios programas sociales. El ataque de la administración Trump contra el movimiento estudiantil por la liberación de Palestina, el arresto de líderes sindicales, la reestructuración del presupuesto federal para asignar un récord de un billón de dólares al gasto en defensa y los despidos masivos en el sector público ejemplifican cómo Trump intenta atraer inversiones. Sumado a las enormes rebajas de impuestos para los monopolios, los aranceles están calculados por los administradores burgueses para recaudar tanto como lo haría un aumento de impuestos corporativos, pero reduciendo salarios. Ya sean republicanos o demócratas, la única solución que plantean es la búsqueda del máximo beneficio.

Pero, ¿Cómo atrapa esta guerra arancelaria a la clase trabajadora de otros países? En ciudades como Dongguan y Guangdong, en China, los trabajadores de fábricas están siendo suspendidos, enviados a licencias no remuneradas o viendo reducidas sus horas de trabajo. La industria textil, que depende en gran medida de la manufactura en países asiáticos como Bangladés, India, Vietnam, Camboya y China, está bajo fuerte presión por los aranceles, lo que ya ha provocado cierres de fábricas y despidos, y pone en riesgo los empleos de millones de trabajadores. Diversos sindicatos en Asia están haciendo sonar la alarma frente a las advertencias de asociaciones empresariales y dueños de fábricas que advierten que los aranceles no solo podrían causar despidos, sino también el traslado de la producción a países con tasas arancelarias más bajas y mano de obra más barata, como está ocurriendo con fábricas chinas y proveedores del monopolio Shein, lo que dejaría a muchos trabajadores y sus familias en condiciones aún más precarias. En América, empresas de industrias como acero, automotriz, textil, muebles y electrónica ya están citando los aranceles como motivo para despedir a miles de trabajadores. En el Reino Unido, la Asociación de Fabricantes y Comerciantes de Automóviles ha emitido advertencias de que la reducción en el volumen de producción como resultado de los aranceles implicará pérdida de empleos. En Alemania, donde la economía se ha estancado en los últimos dos años, los aranceles asestarán un duro golpe, y el Instituto Económico Alemán ha revelado que más de un tercio de las empresas planean recortes de personal.

Lo que está claro es que la clase trabajadora de todos los países vuelve a ser llamada al altar de las ganancias, con sus medios de vida en riesgo y su futuro incierto. El torbellino de antagonismos entre los imperialistas arrastra a los pueblos del mundo a sus corrientes, obligándolos a pagar con sus salarios, sus empleos, una inflación desbocada y planes de jubilación y seguros volátiles que se desmoronan tras la guerra comercial. La incertidumbre crece en la conciencia popular, a medida que los callejones sin salida que recicla el sistema capitalista en todos los aspectos de la vida aumentan el descontento e infunden duda.

Los aranceles, junto con todos los planes de paz imperialistas negociados sobre Ucrania, son las trompetas de la guerra, intentos de evitar las crisis ineludibles que están entretejidas en el ADN del sistema capitalista. Frente a este futuro, solo los trabajadores pueden forjar una salida del edificio en llamas de los antagonismos capitalistas. Para hacerlo, la tarea sigue siendo la misma que planteó Lenin en sus Tesis de Abril de 1917: el derrocamiento de este sistema podrido y la llegada al poder del estado obrero para la construcción del socialismo-comunismo. El dilema, como lo plantearon con valentía los trabajadores de Grecia, con el Partido Comunista de Grecia en el centro de su órbita, es: “O nuestras vidas, o sus ganancias.”