Hace días cayó el gobierno de Bashar al-Assad y su partido Baaz después de 54 años de continuidad, en manos de los terroristas de Hayat Tahrir Al-Sham (HTS), grupo originado de una fracción de Al-Qaeda, que, con la ayuda y el financiamiento mayoritariamente de Turquía y en segundo plano de EEUU, Israel y la OTAN, tomaron Damasco. Este conflicto nace inmerso en el contexto de la primavera árabe que en 2011 estalló en Siria, dando inicio a la guerra civil. Cabe resaltar que es precisamente por el ajuste económico y la represión política que ejerció el gobierno de Bashar que se dieron estas protestas en donde el pueblo trabajador reclamaba legítimamente una solución a los problemas de la clase luego de décadas de permanencia en el poder de un gobierno burgués que jamás dio ese tipo de respuestas. Es así como, tras la inicial represión y mano dura gubernamental que dispersó al conjunto espontáneo de las masas, aparecen los agentes externos, con sus intereses geopolíticos y cooptando gran parte de este movimiento e impulsando a los grupos que hoy vemos en pugna.
De esta manera encontramos a una Siria metida en el seno de la disputa por el reparto imperialista del mundo. Ambos bandos han puesto sus fichas en el país, por sus recursos naturales, especialmente el petróleo, sus posiciones marítimas y sus rutas de transporte, mientras quienes pagan las consecuencias son los trabajadores y el conjunto del pueblo sirio. Lo que observamos ahora es una parcelación del poder en el país levantino, tal como se ha visto anteriormente en las guerras yugoslavas, tensionando conflictos interétnicos e interreligiosos que otrora no tenían lugar. Podemos encontrar a HTS tomando el lugar del gobierno sirio, coordinados de cerca con Turquía, quien se ha convertido en el gran patrocinador del terrorismo en la región; a los Kurdos de las Fuerzas Democráticas Sirias, que mantienen su territorio al este del Éufrates con apoyo de los EEUU, a quienes les permiten explotar los pozos petroleros; y a la nueva invasión israelí por los altos del Golán, que en las últimas horas ha llegado a las afueras de Damasco, continuando la lógica anexionista de espacio vital del Estado sionista y cortando, así, la línea de suministros que desde Irán pasaba por Irak y Siria y llegaba a Hezbollah en el Líbano.
Estamos ante un proceso de desintegración territorial en el cual los actores anteriormente mencionados competirán por el control efectivo de Siria y sus recursos, las potencias apoyarán a uno u otro grupo según avancen sus intereses, y la región desestabilizada se convertirá en el espacio perfecto para la resurrección de grupos como ISIS, la intervención directa de grupos mercenarios como el ENS (SNA en inglés) turco que busca destruir a las fuerzas kurdas y el florecimiento de la trata de personas y el comercio de armas, tal como lo vimos en Libia tras la intervención de la OTAN.
El avance del bloque OTAN-EEUU sobre Siria no se puede asilar del inicio de la guerra imperialista en 2022 en Ucrania, entre la OTAN y Rusia, con el objetivo de expansión territorial y reparto de las rutas de transporte y los recursos naturales. Los distintos conflictos bélicos tienen relación entre sí, cuando vemos dos bloques en disputa repartiéndose el mundo.
Se puede concluir que las propias facciones burguesas -en este caso Rusia con apoyo militar directo, y China promoviendo la integración comercial- que sostuvieron a Assad en contra de la intervención extranjera desde 2011 son las mismas que impulsaron las políticas que desmoronaron el apoyo de las masas en el gobierno. Posicionarse a favor de Bashar al-Assad es avalar un gobierno capitalista, represivo que sólo beneficia a una clase social y a un bloque imperialista bajo la máscara del ‘socialismo árabe’, que no es más que un instrumento para la colaboración de clases. A su vez rechazamos en los más fuertes términos la posición de sectores del trotskismo en donde ven una inexistente ‘revolución Siria’ y se da apoyo de hecho al bloque imperialista de EEUU-OTAN, quienes aprovechan los conflictos sectarios-religiosos preexistentes, estimulando las versiones más reaccionarias para dividir a la clase trabajadora en torno a sus intereses.
El Partido Comunista Argentino se solidariza con la clase obrera y el pueblo de Siria, así como la diáspora, quienes son los grandes perdedores de esta disputa interimperialista y cargan sobre sus espaldas las grandes consecuencias del capitalismo. Extendemos nuestra solidaridad a los comunistas sirios, quienes luchan junto al pueblo en contra del dominio imperialista.