El anuncio en cadena nacional del Decreto de Necesidad y Urgencia promulgado por el gobierno, que tuvo lugar a las 21 horas del día 20 de diciembre, no tardó en suscitar la respuesta del pueblo y los trabajadores argentinos. A la brevedad, y de manera espontánea, comenzaron los cacerolazos en diferentes puntos del país, que rápidamente se tornaron en concentraciones en las calles, especialmente en la Ciudad de Buenos Aires, donde las principales calles de los diferentes barrios de la capital fueron copadas por los vecinos. Con el pasar de las horas, los manifestantes comenzaron a marchar encolumnados al Congreso de la Nación, que se convirtió en el epicentro de aquella noche de lucha. Miles de manifestantes cortaron la Avenida Entre Ríos y se concentraron alrededor de la entrada principal del Congreso durante toda la noche. Patricia Bullrich, apenas horas antes, anunciaba y presumía el éxito de su política represiva y avance contra el derecho a la protesta y las garantías constitucionales, jactándose de haber derrotado al movimiento piquetero, el sindicalismo combativo y las organizaciones y partidos que habían marchado esa misma tarde. Pocas horas después, en la noche, la movilización y organización espontánea de los trabajadores tomaba por sorpresa a un gobierno que observaba de brazos cruzados como los alrededores del Congreso se llenaban de banderas celestes y blancas y los gritos contra el paquete de medidas anunciado y sus responsables y beneficiarios recorrían las calles. Como reflejaba el cartel de uno de los asistentes, que ironizaba sobre la no aplicación del infame “Protocolo Antipiquetes” y le reclamaba a la ministra de seguridad no haberlo reprimido por cortar la calle con el rostro cubierto, poco se pudo hacer para impedir que, junto con el pedido por un paro general y el llamado a la acción a la CGT y el repudio a Javier Milei y Patricia Bullrich, consignas como “Unidad de los trabajadores” y “La patria no se vende” interrumpieran el silencio de las calles porteñas en la madrugada del jueves. Al día siguiente el fenómeno se repetiría y expandiría por el resto del país. Si el miércoles la protesta frente al Congreso en Buenos Aires fue protagonista, el jueves lo serían las concentraciones de Rosario, donde una multitud marchó al Monumento a la bandera, y Córdoba, donde se enfrentaría una cruenta represión. En Buenos Aires, la policía ya esperaba a los manifestantes en el Congreso, y a medida que la vereda se hacía insuficiente, se permitió el corte de la Avenida Entre Ríos. Del otro lado del vallado que protege la entrada del Congreso, un cordón policial que descendía progresivamente por las escalinatas del edificio buscaba intimidar y provocar a los manifestantes mientras varios funcionarios entraban y salían con evidente preocupación. Incluso en un momento uno de ellos intentó pronunciarse frente a la multitud valiéndose de un megáfono con el que poco pudo hacer frente al estruendo de las masas, y luego de dar marcha atrás frustrado, las fuerzas de seguridad cobardemente intentaron dispersar a los manifestantes arrojando gases. En paralelo tenían lugar concentraciones masivas en diferentes puntos del AMBA, destacando los de la ciudad de La Plata, Avellaneda, Morón, Tigre entre otros, donde se conformaban asambleas vecinales, así como los que tuvieron lugar en las proximidades del hotel donde se hospeda temporalmente Javier Milei. Si bien los cacerolazos se repetirían a lo largo de los próximos días, serían esas jornadas del 20 y el 21 de diciembre, en las que el Partido Comunista Argentino y nuestros camaradas de diferentes puntos del país estuvieron presentes, las que trascenderían. En el tercer día de protestas, el 22 del mes, destacaron las movilizaciones en Posadas, Paraná y Río Negro.
En el Congreso, la ausencia de las banderas de organizaciones políticas y movimientos sociales dejaba en evidencia la falsedad del relato oficialista que llega a afirmar que el apoyo a la batería de medidas antiobreras es incluso superior al 70% y que pretende esconder la preocupación y dolor de nuestro pueblo. Allí los protagonistas no éramos quienes desempeñamos una militancia en nuestro día a día, sino que eran miles de trabajadores y trabajadoras que decidieron salir a las calles ante un gobierno que pretende privarlos de lo poco que tienen, advirtiéndole también así a Milei y su gabinete que sus acciones tendrán consecuencias y no podrán ejecutar sus planes sin enfrentar la resistencia de la clase trabajadora argentina. Uno de los cánticos recurrentes era el de “Si éste no es el pueblo, ¿El pueblo donde está?”, que rompía con el desesperado relato oficial que asegura que el trabajador transita los primeros días del nuevo gobierno esperanzado, lejos de toda forma de manifestación. Destacaban las banderas argentinas y las consignas improvisadas que portaban los manifestantes que en muchos casos recurrían al humor y la ironía para plasmar su descontento y el grito colectivo de “que se vayan todos” era una constante.
Coincidiendo con un nuevo aniversario de aquel diciembre de 2001, los trabajadores argentinos nuevamente salían a las calles a enfrentarse a un gobierno de miseria y represión y hacer oír sus voces, inaugurando un clima de época que se intensifica día a día e inevitablemente trae el recuerdo de aquellos momentos de nuestra historia. Junto con la “Ley ómnibus”, el DNU representó la iniciativa de un gobierno que pretende emprender una ofensiva contra nuestra clase que ya se palpita día a día, y los cacerolazos y movilizaciones inmediatamente posteriores fueron una respuesta como no se había visto en años recientes. Los comunistas no podemos mantenernos al margen de estos sucesos, sino que estamos decididos a ser parte activa, estando presentes junto a nuestros hermanos de clase en las asambleas barriales y los cortes de calle a lo largo y a lo ancho del país.