En primer lugar lo que cabe destacar sobre el reciente estudiantazo es que el mismo no se produjo sino por la presión y movilización constante de las bases, y no por una decisión política gestada y articulada desde los centros de estudiantes y la federaciones universitarias, sino más bien a pesar de las mismas. Esto, por un lado, supone el mismo problema que venimos ya denunciando: hoy en día los espacios de organización y articulación del movimiento estudiantil, la representación gremial de los estudiantes, se encuentran cooptados por dirigencias burocráticas que al final del día no son más que oficinas de la gestión, un dique de contención cuyo único interés real es profundizar la fragmentación de las luchas de los estudiantes y encauzarlas de tal modo que no estallen y no comprometan la continuidad de las políticas de ajuste y vaciamiento, que intentan aleccionar a los estudiantes en el quietismo y despolitizar la vida universitaria. En la práctica, esto supone que los estudiantes están desprovistos de herramientas fundamentales para organizarse, y poder coordinar y llevar adelante un plan de lucha efectivo en pos de sus intereses y necesidades, y que cualquier intento de hacerlo será boicoteado desde el seno del propio movimiento estudiantil. Pero, por otro lado, también implica que, al menos parcialmente, los planes de quienes gestionan y perpetúan la crisis universitaria bajo un color u otro fueron puestos en jaque por cientos y miles de estudiantes independientes con la decisión de incorporarse o reincorporarse de forma activa y protagónica a la vida política de sus casas de estudio, resultando en asambleas masivas que superaron ampliamente la participación previa vista durante el año. En definitiva lo que implicó este ciclo de lucha fue la primera gran instancia durante el gobierno de Javier Milei en el que un sector de la clase trabajadora y el pueblo argentino logró romper con la pasividad absoluta impuesta por sus dirigencias, y avanzar hacia una confrontación más directa contra el plan del gobierno de Javier Milei y Victoria Villarruel, demostrando en cuestión de horas la posibilidad y necesidad de escalar en la contundencia de las acciones, cuando estudiantes independientes comenzaron a cuestionar el rol que estaban tomando las conducciones de los distintos centros de estudiantes, exigiendo la radicalización de los métodos.
Ninguna conducción del radicalismo, el peronismo y la “izquierda” deseaba impulsar la toma y mucho menos la toma por tiempo indeterminado. Este avance en el que se llegaron a ocupar alrededor de 100 edificios universitarios en todo el país sólo fue posible gracias al agotamiento de los discursos desmovilizadores y despolitizadores en boga durante el año en manos de una gran masa de estudiantes que exigía al menos un mínimo avance y abandonar las demostraciones efímeras. Esto se desarrolló de diferentes maneras a lo largo del país. Fueron decenas las vigilas y tomas que se realizaron de manera totalmente paralela e independiente a la conducción de los centros de estudiantes, pero no fueron pocos los casos en los que las conducciones adoptaron su estrategia recurrente de intentar cooptar la lucha y encabezarla para contenerla, apostando por el desgaste de la fuerza, y evitar que comprometa realmente a decanato y rectoría, cerrando arbitrariamente los edificios con la excusa de las medidas de fuerza docentes y no docentes, saboteando los planes de lucha votados en asambleas, soltándole la mano a los estudiantes cuando planteaban acciones de mayor envergadura en el contexto de las tomas, y amedrentándolos por ello, saboteando la coordinación interfacultades e interuniversitaria, desconociendo asambleas autoconvocadas e intentando impedirlas, entre tantas otras estrategias que adoptaron con la finalidad de desgastar al estudiantado que participaba activamente de las ocupaciones, y trabar un mayor grado de articulación que permita llevar la lucha a las calles y ampliarla al resto de la clase trabajadora.
Con la mira puesta en el final de la cursada, la burocracia estudiantil apostó a contener las tomas para que pasen sin pena ni gloria, y regresar rápidamente a la normalidad. Queda como tarea pendiente para los estudiantes en lucha de cara al futuro, y especialmente en el momento en que busquen una reelección, el exponer y recordar estos hechos cuando busquen construir una narrativa sobre lo sucedido durante el último mes que los coloque como la vanguardia del movimiento estudiantil para apelar a sectores del estudiantado independiente. Han jugado el mismo rol que jugaron las autoridades universitarias, porque fueron los encargados de aplicar sus resoluciones y permitir sus maniobras. El mayor ejemplo lo podemos ver el 16 de octubre, fecha en la que se había logrado coordinar entre diferentes facultades y colegios secundarios cortes simultáneos con clases públicas en la calle en varias de las principales avenidas de la Capital, para terminar encontrándonos con que muchos de los centros de estudiantes estaban convocando a una penosa y testimonial marcha de velas de los decanos y rectores que se había trasladado a último momento para el mismo día y horario, y pretendieron solucionar el conflicto con “asambleas” convocadas con una hora de anticipación, compuestas por un puñado de personas, ilustrando a quienes responden verdaderamente. Como también sucedió durante el mes de abril, los mismos decanos y rectores que toman la decisión política de aplicar el ajuste, pretendieron salir a denunciarlo mostrándose en clases públicas y movilizaciones. Esto les es posible porque son respaldados por conducciones estudiantiles que no los denuncian ni los exponen como responsables de la crisis universitaria y estudiantil, sino que van a la cola de sus convocatorias, así como tampoco denuncian el rol de las burocracias sindicales de, por ejemplo, los trabajadores no docentes, que amedrentaron y llegaron a violentar físicamente a estudiantes movilizando a sus patotas como brazo armado de la gestión, una “segunda línea” a la que la gestión recurre cuando no puede emplear a los patovicas que contrata en decenas de facultades de nuestro país para vigilarnos y hostigarnos.
Como saldo de este proceso, aún reciente y vigente, es posible a la fecha llegar a algunas conclusiones.
Indudablemente este proceso ha fortalecido al movimiento estudiantil, ya que acercó a miles de estudiantes a convertirse en (o volver a) ser partícipes activos de la vida política del espacio que habitan día a día, con el objetivo de volverlo en uno de organización de cara a la lucha contra el plan de vaciamiento y mercantilización de la educación pública que hoy continúa y profundiza el gobierno de Javier Milei y Victoria Villarruel, elevando el techo aceptable que puede imponer la burocracia estudiantil a los planes de lucha, dejando caducos viejos discursos de desmovilización. También sin duda se ha logrado la coordinación efectiva con los trabajadores docentes para sostener la cursada durante las tomas. Pero esto resulta insuficiente, en la medida en que aún no se logra comprometer verdaderamente al gobierno nacional y mucho menos a las autoridades universitarias, porque no existe una dirección política real de la lucha estudiantil que esté puesta en función de fortalecer la misma y no de estancarla, de organizarla dentro de cada facultad y coordinar a las diferentes facultades y universidades a nivel local, regional y nacional para garantizar desde los objetivos mínimos, como la continuidad real de las tomas sin interrupciones, hasta la tarea urgente y a contrarreloj de llevar la lucha a las calles y ampliarla pasando a acciones más contundentes y buscando la articulación, tanto con los sectores de la clase trabajadora que han protagonizado episodios de lucha recientemente, como para generar un espacio de convocatoria más amplia de confrontación contra el gobierno nacional. Tomar los edificios de las autoridades universitarias, sostener cortes de calles, rutas y autopistas, organizar movilizaciones masivas a la brevedad, y articular a las diferentes facultades y universidades en un plan común no ha sido posible, y de esta misma falta de dirección política se desprende la falta de un horizonte claro. ¿Qué evitaría hoy en día que una operación mediática del gobierno o una concesión paliativa lleven a retrocesos políticos de peso como sucedió luego de la primera Marcha Federal Universitaria? Los estudiantes no contamos con consignas claras que vayan más allá de lo circunstancial, y hasta ahora las instancias de coordinación han resultado en un fracaso parcial. Como tarea inmediata lo que no podemos permitir es el regreso a la normalidad que buscan las autoridades y la burocracia estudiantil, la experiencia reciente debe continuar en forma de una mejoría en términos organizativos y de convocatoria para exigir y construir espacios reales de articulación de cara al futuro, que no dependan de una decisión a último minuto o de un acuerdo a puertas cerradas, como ocurre hoy en día. Desde las bases y desde quienes apuntamos a construir un movimiento estudiantil revolucionario se debe trabajar para construir una fuerza que logre sobreponerse a la que hoy tienen quienes pretenden desmovilizar y despolitizar a los estudiantes.