El pasado 23 de abril, sin dudas, fue testigo de una de las movilizaciones más masivas de la historia reciente de la Argentina. Cientos de miles de estudiantes universitarios y secundarios, docentes y trabajadores no-docentes, graduados y obreros tomaron las calles en todo el país en defensa de la Universidad Pública. A pesar de los intentos del gobierno nacional por impedirlo, posicionando mediáticamente falsos aumentos al presupuesto universitario, y las reiteradas amenazas de represión por parte de la Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, más de un millón de personas coparon la Ciudad de Buenos Aires, donde levantaron las banderas del acceso a la educación universitaria pública, gratuita y de calidad, una de las mayores conquistas y orgullos de la clase trabajadora y el pueblo argentinos; enfrentando a un gobierno que, después de haber llevado a las universidades públicas a una situación de desfinanciamiento crítica y terminal, pretende negar el ajuste, mientras también quiere responsabilizar a la escasa organización estudiantil existente de las consecuencias del mismo, hostigando a la comunidad educativa con auditorías que no son otra cosa que un circo mediático y una muestra de su clara voluntad de perseguir a estudiantes y docentes si le es necesario.
En las horas previas a la movilización se pudo ver un esfuerzo activo por parte de la militancia oficialista y su aparato de redes por instalar y propagar una supuesta cancelación de la movilización, mientras que en las calles hubo un despliegue irrisorio e injustificado de las fuerzas represivas del Estado en un intento inútil de disuadir a las masas. Fue a pesar de todos estos intentos, que la movilización paralizó a la Ciudad de Buenos Aires, una movilización verdaderamente masiva y que puso en movimiento a miles y miles de estudiantes no organizados e independientes y docentes de todos los niveles, representando para una parte del estudiantado su primer acercamiento a la lucha.
Por su parte, los medios burgueses no tardaron en presentar e individualizar la lucha en una cara simpática y servil a la patronal y al gobierno, como lo es Piera Fernández de Piccoli, que se dio a conocer como una estudiante destacada de Ciencia Política y referente de los estudiantes, obviamente tratando de invisibilizar el hecho de que Piccoli es referente de Franja Morada y presidente de la Federación Universitaria Argentina; su espacio no sólo rompe asambleas e impulsa de forma anti-democrática la suspensión de elecciones para mantenerse con el poder de los Centros, sino que fiscalizó y forma parte del gobierno de Javier Milei, tanto es así que la UCR decidió marchar sin banderas en un intento de ocultarse y al mismo tiempo aparecer para sacarse una foto con las masas trabajadoras.
Mientras los medios de comunicación llevaban adelante su plan de invisibilizar el trasfondo político de la movilización, las conducciones de los Centros de estudiantes en manos del kirchnerismo, como lo puede ser el caso de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, buscaron darle una lavada de cara a su desprestigiada imagen, también posicionándose como supuestos organizadores de los estudiantes y de la lucha que se viene dando, pero limitando su accionar a acciones simbólicas, muchas veces puertas para adentro, sin presentar un plan de lucha real, ni mucho menos plantear la profundización del enfrentamiento.
Aunque no hay dudas de que este hito constituye un éxito y debe celebrarse, también evidenció las realidades mencionadas y el preocupante estado de desorganización del movimiento estudiantil. Aquel día no se marchó bajo exigencias concretas al gobierno, se marchó en un rol de subsistencia, exigiendo meramente las condiciones mínimas e indispensables para el funcionamiento de las universidades.
Debemos tener presentes estos desafíos que quedaron al descubierto, a la hora de emprender la necesaria tarea de volver a levantar el movimiento estudiantil argentino, el cual ha sabido históricamente tener un rol de avanzada en la lucha por la toma del poder por parte de los trabajadores.
La gran marcha educativa del 23 de abril debe ser el inicio, el puntapié para la reagrupación de la dormida fuerza del movimiento estudiantil, que destierre a los discursos derrotistas y desmovilizadores, y demuestre que los estudiantes pueden y tienen que dar la pelea contra este gobierno hambreador y ajustador.
Estamos a apenas semanas de que el desfinanciamiento, ya visible en, por ejemplo, los cortes de luz que son la nueva cotidianidad de la UBA, se materialice en la imposibilidad de mantener funcionales los centros de estudios, un momento crítico en el que debemos volver a evaluar el rol de los estudiantes y su lucha.
El aumento de los presupuestos y el boleto estudiantil deben ser sólo el comienzo, el primer paso de un movimiento estudiantil verdaderamente revolucionario que luche no sólo por la subsistencia de la universidad, sino por transformarla, por construirla como un espacio de y para la clase obrera.
Por otro lado, es preciso poner en debate cuál es el rol de los estudiantes en el proceso que está viviendo nuestro país más allá de la lucha por la educación. Así como la Marcha Federal Universitaria del 23 de abril reunió a diferentes sectores del pueblo trabajador y, gracias a eso, se posicionó como una de las más grandes de los últimos tiempos, nos toca pensar cómo replicar ese nivel de participación en otros conflictos. Sobre esa enorme participación y la masividad del 23 también debemos analizar su verdadero impacto y cuánto ha conseguido golpear al gobierno en términos reales.
La movilización estudiantil del 23 de abril ha servido principalmente para comprobar que se puede construir y organizar una respuesta de masas en las calles, pero también nos dejó ver que, mientras no haya una radicalización de las luchas, las victorias seguirán del lado del gobierno. Y a nosotros, como estudiantes, como trabajadores, nos toca la tarea de frenar el Plan Motosierra para dirigirnos hacia el derrocamiento completo del sistema capitalista.
Debemos sobrepasar las direcciones burócratas estudiantiles, tanto peronistas como radicales, que el movimiento estudiantil rompa con ese lastre que viene arrastrando hace décadas; tiene que pasar a cumplir su rol histórico, que es ser aliado de la clase obrera en la lucha, no sólo reivindicativa, sino en la lucha política. Urgentemente la unidad-obrero estudiantil tiene que ser un hecho, porque si no se planifican los próximos golpes a dar, la jornada del 23 quedará en la historia, pero no será efectiva en la pelea contra el gobierno de Javier Milei y el poder de los monopolios. Avancemos en un plan activo del movimiento estudiantil.