En el marco de un proceso acelerado de ajuste a la clase trabajadora Argentina que el gobierno de Javier Milei pretende legitimar como “terapia de shock”, y que no es más que un intento desesperado de evitar la caída de las ganancias de los propietarios de los grandes capitales tanto nacionales como multinacionales que habitan suelo argentino; se da como una realidad innegable, tanto para aquellos afines al gobierno y sus intereses como para la resistencia obrero-estudiantil, el golpe que han sufrido los trabajadores. Según el gobierno, simplemente un precio a pagar para mantener la promesa de una Argentina próspera que podríamos llegar a ver en un futuro, trago amargo que los trabajadores tienen que soportar por ser la única solución a un pasado de irresponsabilidad y despilfarro, y que genera de inmediato la profundización de un fenómeno ya conocido por el área de las Ciencias Sociales nacionales, un fenómeno que se gestó en la “resaca” de los gobiernos de Carlos Menem y Fernando De La Rúa y que el estado de Bienestar Peronista con sus banderas progresistas no pudo resolver. Se trata del surgimiento de “Nuevos pobres”, personas con acceso a la vivienda y bienes que en otra época serían considerados parte de las capas medias, pero que, por sus ingresos, están bajo la línea de pobreza, y que no es sino un fenómeno que se da históricamente en el capitalismo.
El modo de producción capitalista genera trabajadores pobres sistemáticamente, y la miseria no es solamente para los trabajadores desocupados, sino que incluso trabajos a tiempo completo no pagan lo suficiente para superar la línea de pobreza y satisfacer las necesidades básicas, mucho menos para acceder al ocio o a una mínima capacidad de ahorro, incluso, y cada vez más, para aquellos trabajadores que cuentan con calificaciones y han podido acceder a la educación superior. Esto es especialmente cierto en la Argentina, donde los salarios se deterioran día a día y en muchos hogares hasta comer tres veces al día se vuelve un lujo.
Recientemente se dio a conocer que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la ciudad del turismo y de la gentrificación, el 27% de los porteños están bajo la línea de la pobreza, siendo 57 mil las familias que se sumaron a las filas de los “nuevos pobres” durante el último año. Esto es lamentablemente sólo el principio, mientras que la patronal argentina empezó a recibir las primeras “caricias” del nuevo gobierno y propone una reforma laboral que elimine o limite derechos laborales mínimos, como la indemnización, las vacaciones pagas y el pago de horas extras, poniendo, como es costumbre en la historia de la República Argentina, al capital como eje central de sus políticas.
En tanto, una familia tipo de la Ciudad necesita casi medio millón de pesos para no caer en la pobreza y durante el primer mes del nuevo gobierno hubo una inflación del 25.5%. La pérdida constante de la capacidad para adquirir bienes y servicios que sufren los trabajadores se vuelve insufrible. Alquilar, acceder a una alimentación de calidad o poder costear tratamientos médicos se convierten en lujos que, en el mejor de los casos, se logran cubrir con dificultades y siempre permaneciendo latente la posibilidad de ya no poder sostenerlos, y esto se agudiza con cada nuevo decreto y anuncio del gobierno. El ajuste que en él se declara, no fue a la casta, como se había prometido en campaña, sino a los trabajadores. “Este esfuerzo es necesario para salir de la crisis”, dice el nuevo gobierno a los trabajadores. La realidad es que, durante tiempo indefinido, millones de familias en nuestro país tendrán que vivir en la incertidumbre haciendo lo posible para no caer bajo la línea de pobreza, si es que no lo han hecho aún.
En el caso de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la canasta básica ha aumentado a $495.798 en diciembre, suba de alrededor del 25% y que representa un aumento a lo largo del año de más del 220%, y la canasta básica alimentaria, por su parte, subió un 30%, llegando a $240.679, mientras el salario mínimo es de $156.000 y se vaticina que este año habrá más de 200% de inflación. En la Capital de nuestro país, que se vende como una urbe moderna, luminosa, un tercio de la población es pobre y un alquiler de dos ambientes puede alcanzar los $300.000 al mes en los barrios más céntricos, mientras cientos de miles de trabajadores que viven principalmente en el sur de la Ciudad han sido abandonados por un gobierno que busca proyectar una imagen de Buenos Aires en la que no tiene lugar la realidad de aquellos barrios “periféricos”.
Por supuesto que de estas cifras, de esta terrible realidad que viven los trabajadores de nuestra patria, no tiene exclusivamente responsabilidad el nuevo gobierno, sino que también la han formado las diferentes gestiones peronistas y radicales que, en su alternancia, no han supuesto otra cosa que diferentes formas de administración capitalista, representantes de la burguesía que no han dudado en ajustar a los trabajadores y al pueblo argentino, especialmente el progresismo, que, encarnado en la gestión Fernández-Massa, representó una continuidad programática con el gobierno de Mauricio Macri, y fracasó en ofrecer soluciones a los trabajadores, abriendo así las puertas al “fenómeno MIlei”. Este nuevo gobierno, que en su campaña prometió que el ajuste lo pagaría “la casta”, que pregonaba la libertad y prometía a los trabajadores “algo nuevo”, ya es una realidad, y hoy vivimos como antes en una Argentina donde el pueblo paga el ajuste, la libertad prometida es sólo para los ricos, para acumular más ganancias, y al trabajador se le pide “un esfuerzo”.
Pertenecer a la anhelada “clase media” se vuelve utópico para la enorme mayoría de familias, y ciertas medidas, como la quita de subsidios y criminalización de la protesta, encaminan a esta nueva gestión a defraudar a un importante sector de su electorado, igual que antes ocurrió con la socialdemocracia progresista. “Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”, dijo Milei en campaña, y tenía razón. Pero “la casta”, no es el pueblo, no son los trabajadores, ni tampoco es un político o funcionario aislado. La verdadera casta es el empresariado, es la burguesía, que vive a cuerpo de rey a costa de las carencias de las mayorías y cuyos intereses han sido garantizados por todos aquellos que a lo largo de nuestra historia han ocupado el Sillón de Rivadavia.
El panorama que vivimos, donde los precios suben día a día y los salarios se debilitan sin parar, no son más que el auténtico robo del capitalismo al proletariado. El encarecimiento de la vida es una realidad innegable y desgarradora, y muestra amarga y clara de ello es que la canasta básica prácticamente triplique el salario mínimo, un ejemplo claro de la decadencia del sistema en que vivimos, donde una familia puede ser pobre a pesar de que ambos padres tengan más de un trabajo, a pesar de que ambos dediquen la mayor parte de sus días al trabajo. Es, sin más, la expresión de un capitalismo que ya excedió su vida útil y se expresa mediante la crisis económica del país. Es la inflación galopante que da rienda suelta a la especulación, es la precarización de las condiciones de trabajo, es el abuso con los alquileres y los precios de la comida, es el ajuste y saqueo de los recursos públicos destinados a los trabajadores. La situación actual no puede sino entenderse como un fenómeno de causas múltiples, pero de una misma raíz, un capitalismo que debe ser sepultado para que el pueblo pueda vivir con dignidad. Debemos ser implacables contra aquellos que lucran con la miseria ajena, porque el motor del mundo y de nuestro país, que son los trabajadores, no pueden hoy siquiera acceder a una vida mínimamente digna mediante su trabajo, y muchísimo menos al ocio, al descanso, al disfrute de la vida, las artes y la cultura. El destrato en cuanto a vivienda, alquileres, obras, sueldos y jubilaciones debe terminar. No habrá patria sin trabajadores, pero vendrá una patria aún más grande con el fin del yugo de la burguesía, la patria socialista, a la que debemos apuntar con la moral alta y dispuestos a luchar por nuestra clase, que hoy atraviesa en la Argentina una situación especialmente oscura que sin dudas se intensificará, pero así también lo hará su lucha, como ya podemos ver en estas primeras semanas de gobierno con el surgimiento y masificación de las asambleas vecinales y distintos espacios donde los trabajadores comienzan a organizarse.