El suicidio como consecuencia de la barbarie capitalista

En Argentina una persona se suicida cada dos horas. Este número, además de poner a nuestro país por encima de la media a nivel mundial, deja en manifiesto las feroces consecuencias, no sólo del modelo libertario actual, sino de un sistema donde la vida de la clase trabajadora carece de valor alguno y le es completamente indiferente al capital.

Desde el 2023 el número de niños y jóvenes que se suicidan viene en alza: por un lado, se convirtió en la principal causa de muerte entre niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años, mientras que alcanzó números históricos entre hombres de 20 y 29 años. A estos números deben sumarse también los comportamientos y pensamientos suicidas, que no son contabilizados, además de los grados de ansiedad, depresión y estrés, especialmente en la juventud trabajadora.

Si bien la transición de la niñez a la adolescencia y de la adolescencia a la adultez, sumado a los factores genéticos, pueden jugar un rol dentro de los problemas de salud mental, es necesario analizar los factores socioeconómicos que golpean a la juventud, que, dentro del capitalismo, es uno de los sectores más afectados: desde el aislamiento social al que se ve sometida en muchos casos, la precarización laboral, el multiempleo, la incertidumbre respecto al futuro, entre tantos otros problemas que no han sido tocados por ningún gobierno, mientras que la falta de políticas públicas en materia de salud mental es una constante, y el recorte a la salud es parte de la agenda de todas las gestiones capitalistas.

Estos trastornos no son algo confinado a nuestro país; ya en 2019 la OMS advertía que para el año 2030 la depresión sería la principal causa de discapacidad entre jóvenes y adultos a nivel mundial. Lo que está sucediendo en Argentina y la situación que atraviesa la juventud apunta a que los números calculados hace casi siete años por la OMS, pueden llegar a ser verdaderos. Pero el problema no empieza ni termina en la advertencia, muchas veces se piensa a la persona deprimida o con ansiedad como alguien aislado, sin contemplar el contexto en el que el padecimiento sucede.

En la etapa actual del capitalismo parasitario y en descomposición, la juventud trabajadora se encuentra sin una respuesta que le dé esperanzas respecto a la vida; entre lo poco —nada, en realidad— que se puede encontrar en el sistema está la alienación en sus diferentes aristas: el consumo problemático en algunos casos, la adicción a las redes sociales en otros; mientras el acceso a tratamientos de salud mental se transformó en un privilegio, y, en caso de poder acceder, las respuestas son limitadas y enfocadas en lo individual, poniendo a quien sufre como único responsable de su problema, cuando en realidad la época de incertidumbre en la que vivimos deja muchos espacios vacíos en torno a qué tipo de vida nos espera, mientras que en el presente tampoco existen respuestas a las necesidades más básicas de la clase trabajadora. Ante esto, la depresión, el estrés, la ansiedad, son síntomas de los problemas de época de un capitalismo que históricamente no ha podido ni podrá resolver la vida de la clase obrera, por el contrario, en su fase actual la desigualdad, los grados de explotación y el empeoramiento de la calidad de vida se profundizan. El único camino que nos queda a los trabajadores es luchar, no contra los síntomas y no desde lo individual, sino contra el problema en sí mismo, identificando colectivamente que otra vida es posible.