Ninguna facción de la burguesía podrá resolver el problema del pueblo argentino

Análisis del Comité Central del Partido Comunista Argentino sobre las elecciones en Provincia de Buenos Aires

Hace pocos días se llevaron adelante las elecciones legislativas en la Provincia de Buenos Aires, donde el gobierno nacional recibió un golpe electoral importante, un golpe que viene de una seguidilla de escándalos de corrupción y una economía totalmente destrozada, donde los salarios están desfasados respecto a los precios y los despidos hacen estragos entre las filas del movimiento obrero. Una verdadera crisis que se viene arrastrando desde los últimos gobiernos y que, en formato de continuismo, Javier Milei ha profundizado.

El gobierno construyó —o estaba construyendo— una cierta legitimidad, con una oposición destruida y dividida, y contra el desastroso gobierno socialdemócrata de Alberto y Cristina Fernández (2019-2023) no le costó mucho llevar adelante sus medidas antiobreras y antipopulares, sumado a que el peronismo abiertamente le ha generado gobernabilidad, desmovilizando, votando las leyes oficialistas y generando una especie de “paz social”. Al mismo tiempo, con su batalla cultural y la desorganización total del movimiento obrero y la descoordinación de las luchas en curso, se produjo una mezcla de situaciones que permitió al gobierno avanzar no solo en sus medidas, sino también en gobernar sin grandes conflictos, levantamientos, puebladas o choques radicalizados. Por el contrario, toda medida que se ha tomado se “muere” a los pocos días: lucha masiva de jubilados o lucha universitaria.

En sí, el gobierno se mantuvo “sólido” en gran parte de su mandato en curso. Más allá de la criptoestafa, la brutal represión a los jubilados y el ajuste sobre toda la clase obrera y el pueblo, hasta ese momento, con esas medidas, seguía firme, no generaba gran indignación entre las masas obreras y populares. Fue una realidad: ni generaba reacción que terminara en movilización.

Lamentablemente, ese quiebre en la legitimidad, que se vio marcado profundamente este último mes, este germen de desconfianza en el gobierno, no se ha dado gracias al aumento de la conflictividad social masiva como factor fundamental, sino que se ha producido principalmente por el carácter rastrero y corrupto del gobierno de Milei-Villarruel y la difusión masiva de su esquema de robo, justamente en los sectores más castigados por el Plan Motosierra, como es el caso de los jubilados y discapacitados. Karina Milei y Javier Milei montaron un sistema de corrupción cuya consecuencia fue que el ajuste y el robo recayeran sobre las espaldas de los más vulnerables de la clase obrera y el pueblo argentino. Esta actitud ha sido fundamental en el rechazo que ha tenido el gobierno, por lo menos en la Provincia de Buenos Aires.

No es de sorprender —aunque sí es totalmente repudiable y hay que combatirlo— que sucedan estas estafas y robos a la clase desde el Estado. Lo han hecho todos los gobiernos anteriores porque está en la naturaleza del capitalismo; es parte de este modo de producción, basado en el robo y la apropiación de lo socialmente producido. Por ende, estos métodos son parte de su práctica habitual, sin importar de qué facción burguesa sean. Aunque no hay que restarle importancia a estos casos de corrupción, debemos decir que el problema central radica en la ofensiva contra los trabajadores y el pueblo, expresada en la profunda crisis económica que recae sobre nuestra clase. En pocas palabras, el Plan Motosierra constituye el problema más inmediato, agravado por su carácter fraudulento y corrupto propio del sistema de producción vigente.

Antes de estos hechos, ya se habían lanzado las candidaturas para las elecciones provinciales de medio término, candidaturas que todas representaban los intereses del capital, pero tuvo la particularidad de ser “nacionalizada” y con un bipartidismo marcado entre La Libertad Avanza y Fuerza Patria, con Milei jugando un rol importante en la campaña —la cual fue abucheada y escrachada en todos los municipios que recorrió— y con Axel Kicillof como cabecera de campaña del peronismo. Fuerza Patria, sin programa ni una sola propuesta y gobernando una provincia donde en el Gran Buenos Aires el 42,1 % de la población es pobre y un 10,1 % indigente, y donde en el conurbano bonaerense se concentra casi el 44 % de todos los pobres del país, y la gobiernan hace décadas, metió todo el aparato de los intendentes con candidaturas testimoniales. Pero la pésima gestión nacional y los casos de corrupción lograron darle un revés electoral al gobierno de la mano de la socialdemocracia.

En primer lugar, notamos un problema en este panorama: el golpe más grande que se ha dado al gobierno en estos dos años ha sido electoral. Aunque no desestimamos la baja participación en comparación con estadísticas históricas, que representan una desconfianza en el sistema democrático-burgués, hoy las urnas han sido la vía que han encontrado distintos sectores del pueblo y la clase obrera para canalizar su descontento. Sumado a esto, las pocas movilizaciones masivas y la descoordinación de nuestra clase, diferente a todo el proceso anterior al descubrimiento del sistema de robo en el área de Discapacidad, donde los datos señalaban que cada vez más trabajadores veían como inviable al parlamentarismo burgués como herramienta de transformación, lo cual fue y es verdad. Pero estas elecciones provinciales, aunque tuvieron un gran ausentismo tocando récords históricos, al igual que en las demás provincias en este año electoral, tuvieron la particularidad de que el grado de votantes fue más de lo esperado por todo el arco político, aunque no deja de sorprender la cantidad de votantes menos, comparados con otras elecciones.

La salida institucional es lo que buscan las distintas facciones de la burguesía, que no tenga una salida en el marco de la movilización, la organización y la confrontación contra el Estado de los capitalistas, los cuales son las mismas facciones que garantizan la gobernabilidad.

La falta de confrontación se debe a varias cuestiones. Una es que las direcciones sindicales hoy se encuentran en manos de una facción de la burguesía, como es el peronismo, que aboga por la conciliación entre el capital y el trabajo. Por ende, intentan contener toda acción de masas de la clase obrera y negocian con el gobierno en pos de sus intereses. Por otro lado, la izquierda argentina se encuentra hundida en el reformismo y el oportunismo, principalmente el FIT-U, que pretende tener un vocabulario pseudo revolucionario, pero en la práctica pone el marco legal de la burguesía por delante, direccionando sus fuerzas en conquistar más bancas en el Congreso o Consejos Deliberantes en vez de intentar orientar a la clase obrera en una dirección anticapitalista. Al mismo tiempo, está la crisis del Movimiento Comunista Argentino, donde todavía no se encuentra consolidado un Partido Comunista revolucionario, fuerte, que tenga la capacidad de torcer la realidad y cumplir su rol de vanguardia. Esta mezcla de situaciones tiene como resultado una clase obrera desunida, luchas en curso aisladas, sin plan ni mucho menos con perspectivas de poder, donde hoy canaliza el descontento en la urna y no en la calle de manera masiva.

En segundo lugar, nos encontramos ante un escenario interesante: por un lado, la debilidad —o el momento más débil hasta ahora— del gobierno nacional, y el momento más fuerte de la socialdemocracia en el período 2023-2025, donde ya se prepara y se prueba el traje para ponérselo el 10 de diciembre de 2027, y vuelve la idea de la esperanza electoral como manera de “vencer” a este modelo económico y a estas medidas antiobreras. Lo hemos visto en la época del macrismo, donde la consigna de la socialdemocracia era “Hay 2019”, esperanzando a la clase obrera y al pueblo que en un proceso de votación que exima a la misma de movilizarse y conquistar victorias inmediatas a través de la lucha. Hoy se vuelve a instalar y todo el peronismo se prepara para una posible victoria en octubre y empezar a transitar el camino del poder nuevamente. En ese marco vuelve a resurgir el famoso dicho peronista de “hay que esperar”, como si la urna solucionara las penurias que vive nuestro pueblo.
El discurso de la gobernabilidad y la esperanza electoral es el que debemos combatir, y en el que debemos contraponer que la solución no es la alternancia, sino la alternativa; que el circo electoral solo sirve a la clase capitalista en este contexto, y que el camino a transitar es la confrontación contra la clase explotadora y la unión de nuestra clase.

En tercer y último lugar, debemos analizar la agudización del panorama político para plantear las tareas necesarias, porque el resultado electoral no solo representa un revés para el gobierno, sino que da un cuadro de situación de la descomposición del mismo, encuadrado en la misma descomposición de este sistema corrupto y explotador. Al mismo tiempo, la respuesta que dio Javier Milei la noche de la derrota no fue más que otro discurso para la burguesía y los organismos financieros, haciendo alusión a que el Plan Motosierra, que no es otro que el plan de los monopolios, seguía firme. Por ende, los recortes, el ajuste y la usura se mantenían como el primer día, y como habían acordado con las autoridades del Fondo Monetario Internacional.

Esto significa que el ejecutivo nacional no va a recular en su política, sino que profundizará su proyecto, lo que desembocará primero en más hambre, ajuste, entrega de los recursos naturales, privatizaciones, despidos y demás medidas que ya han venido tomando. Por otro lado, habrá un aumento de los conflictos parciales —y por ahora aislados— por reivindicaciones inmediatas, tanto del movimiento obrero como del movimiento estudiantil. Vamos a ver una profundización de los antagonismos de clases, causa de esta política del gobierno de Milei-Villarruel, y a la vez, los agentes de la burguesía tratando de ser diques de contención de toda acción de masas e intentar lograr —o sostener— un estado de amesetamiento político con perspectiva de esperanza en esta democracia burguesa y restringida.

Por eso mismo, tenemos que plantear las tareas necesarias para el período, que como clase debemos asumir para dar batalla. En primer lugar, debemos combatir el discurso de la socialdemocracia que pretende instalar en la clase obrera y el pueblo que las elecciones son una vía eficaz para enfrentar al gobierno y su plan de ajuste. Porque vemos que durante todo este año la clase obrera no lo ha tomado así, donde ha reinado el ausentismo en todo el país, desconfiando del régimen democrático-burgués para poder cambiar la realidad. Debemos sacarnos el lastre que nos quieren imponer y la esperanza con esta farsa electoral, porque es inviable el parlamentarismo burgués como herramienta de transformación. La fuerza transformadora nace del poder de la clase obrera como motor de los cambios sociales, y no con las reglas que impone la burguesía para mantener el poder y seguir acumulando capital a costa de la fuerza de trabajo de todo el proletariado.

En segundo lugar, debemos avanzar en el camino de la movilización y la confrontación. Debemos romper con la desunión y la descoordinación de nuestra clase y las luchas en curso, porque solo coordinando las distintas luchas, tanto a niveles sectoriales, territoriales y, en la medida de lo posible, a nivel nacional, podrá abrirse un período de luchas que permita avanzar y triunfar sobre los reclamos inmediatos y poder derrocar efectivamente el Plan Motosierra.

Se debe avanzar hacia una Coordinadora de las Luchas, con todos los sectores del pueblo, con el estudiantado secundario, terciario y universitario, con el movimiento obrero organizado, con los trabajadores precarizados, con los jubilados, los vecinos de los barrios obreros, las distintas organizaciones del pueblo, que vienen siendo castigados. Necesitamos que las luchas no sean aisladas, sino coordinadas para golpear con más fuerza a este gobierno de corruptos y usureros, rompiendo con el espontaneísmo que nos lleva a muy pocas victorias, al debilitamiento y al desgaste del mismo movimiento. Medidas como las asambleas por sectores, los planes de lucha en cada movimiento de masas, e impulsar una gran convocatoria para discutir puntos programáticos, como que haremos con la deuda externa, que es uno de los principales problemas que tenemos como clase, necesitamos un plan de acción contra el FMI y los organismos internacionales que influyen en la política de ajuste del gobierno argentino, al mismo tiempo de suspender su pago e investigarla.

En tercer lugar, debemos plantear la alternativa sobre la alternancia. Desde la década del 40, y mucho más fuerte desde la vuelta de la democracia, el peronismo y su oposición se vienen alternando el poder sin poder resolver las cuestiones básicas de nuestro pueblo. En sí, el deterioro de la vida se viene sintiendo década tras década cada vez peor. No importa el color de la burguesía que se siente en el sillón de Rivadavia: la pobreza aumenta, la precarización, la pérdida de soberanía, la entrega de nuestros recursos, etc. Por ende, es necesario romper con la alternancia de la burguesía y proponer una alternativa que sea revolucionaria y en dirección anticapitalista y antimonopolista. Para dar los primeros pasos, además de la coordinación de las luchas como primer paso, debemos levantar como clase una plataforma de reivindicaciones inmediatas que enarbole y represente a todo el pueblo argentino y que permita un proceso de lucha más eficiente, con horizonte y perspectiva de cambiar de manos el poder.

Ni el peronismo, ni los libertarios, ni los radicales representan una salida para el pueblo frente a la crisis que atravesamos. Su papel es claro: contener y desactivar cualquier expresión de bronca y lucha popular que pueda enfrentar y poner en jaque el plan de este gobierno, que no es otro que el de los monopolios y el gran capital.

Necesitamos con urgencia avanzar en esta dirección como clase social, para que se abra un período de confrontación más agudizada entre el capital y el trabajo y un nuevo ciclo de combates concretos contra la clase capitalista. Solo una oposición obrera real —no conciliadora ni colaboracionista— podrá allanar el camino hacia la lucha política por el socialismo, hacia la conquista del objetivo estratégico por el que luchamos: una sociedad sin clases, en la que se produzca en función de las necesidades de las mayorías. Es decir, el socialismo-comunismo.