“Hemos vivido por la alegría, por la alegría hemos ido al combate y por la alegría morimos. Que la tristeza no sea unida nunca a nuestro nombre.” —Julius Fučík
Todos los aniversarios de nuestros caídos son emocionantes, llenan de orgullo a la clase obrera porque recuerda a sus combatientes que han dado hasta el último de sus suspiros en pos de construir un nuevo mundo, de conquistar el rojo amanecer. A la vez, también es verdad que los números exactos de aniversario te hacen reflexionar aún más sobre la cantidad de años que han pasado y la sangre de los comunistas que se ha derramado para arar el camino del mundo nuevo sin explotadores ni explotados, y es lo que pasa con nuestro querido camarada “Inga”, que en el día de hoy se cumplen 70 años de su secuestro y desaparición, que pinta el panorama completo de cómo los fieles bolcheviques argentinos, con su roja conducta, han enfrentado al enemigo de clase sin titubear por un segundo.
La historiografía burguesa tradicional, los historiadores de la socialdemocracia como los trotskistas, y otras corrientes anticomunistas, se han esforzado para intentar imponer un relato de que el Partido Comunista en nuestro país ha sido una organización testimonial, que no ha luchado. Quieren pintar el cuadro de que el Partido era más que nada un grupo de señores mayores analizando la realidad desde la comodidad de su casa, y hasta se esfuerzan en inventar en toda oportunidad que tienen una supuesta colaboración sistemática con el enemigo de clase, una mentira que fue refutada con nuestros caídos y nuestro accionar durante más de 100 años.
Los comunistas argentinos, con una conducta intachable, con nuestra moral y ética proletaria bien en alto, no hemos dudado un segundo en combatir a los enemigos del pueblo, lo que nos ha llevado a sufrir la clandestinidad, lo que significó no poder llevar una vida “normal”, sino con medidas que impidieran el ataque de las fuerzas represivas. Nos ha costado la cárcel, a la vez con salvajes torturas, nos ha costado la muerte. No nos fue sencillo el largo camino de este siglo luchando por la revolución.
Uno de los casos más emblemáticos de la firmeza comunista, lo cual llena de orgullo a todos sus herederos, es el camarada Juan Ingallinella, también conocido como “Inga” o el “médico del pueblo”.
Desde joven, Inga fue un antifascista, un luchador abnegado; su tiempo, sus conocimientos, estaban al servicio de la clase obrera y el pueblo. Por eso, cuando se recibió de médico, abrió su consultorio en su casa de la calle Saavedra, donde relucía un cuadro de Lenin, y atendió gratuitamente a quienes no podían pagar por atención médica. Verdaderamente un ejemplo humanista, un digno revolucionario. A la vez, Inga monta una pequeña imprenta clandestina donde se imprimen decenas de folletos y declaraciones del Partido, esquivando la censura en las duras condiciones que impone la clandestinidad.
Su militancia revolucionaria lo llevó a distintas experiencias que se dan al calor de la lucha de clases. En 1944 sufre la dura cárcel en Rosario hasta 1945, años de dura represión para el Partido Comunista de la mano de la dictadura fascista Farrell-Perón-Ramírez. Cuando lo detuvieron, Inga los miró de arriba a abajo y les dijo a la cara a los torturadores: “Aquí me tienen: si quieren mátenme, pero yo no les diré una sola palabra”. Más adelante, en 1953, es uno de los médicos que integra la delegación comunista para participar en el Primer Congreso Mundial de Médicos para el Estudio de las Condiciones de Vida de los Pueblos, en la ciudad de Viena. Finalizado ese viaje, se le comunica que la delegación es invitada a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas por el Ministerio de Salud Pública y la Academia de Ciencias Médicas de Moscú, lo que lleva a Inga a conocer el país del poder obrero. A su vuelta, pese a la dura represión peronista, logra dar 120 conferencias por todo el país sobre la medicina soviética. Un año más tarde, es candidato a Diputado Nacional por la lista del Partido, la misma lista que llevaba a la camarada Alcira de la Peña como vicepresidenta, una muestra más de que el Partido Comunista se nutre de lo más avanzado de la clase obrera y el pueblo argentino.

El 16 de junio de 1955, una facción de las Fuerzas Armadas bombardea la Plaza de Mayo y varios puntos de la ciudad en un intento de golpe contra el general Juan Domingo Perón. Rápidamente, el Partido Comunista reacciona contra el golpe, muy diferente a como quiso instalarlo el peronismo, el trotskismo y demás historiadores de la burguesía, planteando una colaboración. Por el contrario, el Partido Comunista llama a la resistencia para enfrentar a los golpistas, llamó al pueblo a armarse, que no era otro que el sentir de las masas obreras.
Perón no solo no llamó a la resistencia, sino que impidió que la clase obrera se enfrente con el Ejército. La revista teórica del Partido, Nueva Era (Año VII, Nº 5), decía: “Pocos días antes del estallido del golpe, Perón había amenazado a sus enemigos con armar al pueblo para aplastarlos; sin embargo, no solo no lo hizo, sino que impidió por todos los medios que llegasen armas a manos de los obreros y los campesinos. Perón, que consiguió el apoyo de la mayoría del pueblo trabajador en su desenfrenada demagogia social, prometiendo resolver los grandes problemas del país en beneficio del pueblo trabajador, defendió hasta el fin de su gobierno los intereses de la oligarquía terrateniente, del gran capital y de los monopolios extranjeros, que decía combatir”. Más adelante agrega la nota: “En una entrevista concedida a un corresponsal del United Press, el 5 de octubre, apenas llegado al Paraguay, a la pregunta de si con las fuerzas leales, ¿podría haber prolongado la lucha con probabilidades de éxito?’, Perón contestó: Las posibilidades de éxito eran absolutas, pero para ello hubiera sido necesario prolongar la lucha, matar a mucha gente, destruir lo que tanto nos costó crear. Bastaría pensar en lo que habría sucedido si hubiera entregado armas de los arsenales a los obreros decididos a empuñarlas’”.
La postura del Partido era clara: había que frenar el golpe, y la única manera era la acción de las masas en armas. Ya Nuestra Palabra, órgano del CC del PCA, decía: “los obreros […] necesitan, como ellos mismos lo dicen, que se organicen milicias en cada lugar de trabajo […]”. El Partido enfrentó el golpe como pudo, con la posibilidad de su fuerza y con la inserción en el movimiento de masas, que aunque no era para nada marginal, el peronismo mantenía su hegemonía. Ante la negativa de Perón de entregar las armas, Victorio Codovilla decía: “Las masas obreras no pueden perdonar a quienes no les dieron armas para luchar contra los golpes del 16 de junio: las dejaron expuestas a los bombardeos de la oligarquía y el imperialismo. La CGT no encaró la dirección en ese objetivo, sino que puso a los trabajadores a disposición del Ejército.”
En ese contexto de resistencia, los comunistas rosarinos propagandizan la posición de los comunistas, la necesidad de enfrentar al golpe. A partir de ese momento, en Rosario se genera una cacería de comunistas, entre ellos a los camaradas Guillermo Kehoe y Alberto Jaime. También a eso de las 16:30 hs del 17 de junio golpea la puerta la patota policial encabezada por Francisco Lozón en busca del Dr. Juan Ingallinella. La esposa le había recomendado escaparse, él no quiso, aceptó la entrada de la patota. Su hija se puso a llorar y él le dijo: “No, una Ingallinella
no llora.” Lo llevaron detenido a la Jefatura de Policía de Rosario. Solo entre el 16 y el 17 de junio habían sido detenidos 60 camaradas.
Uno por uno son llevados a la Guardia de la Sección Leyes Especiales, para empezar las salvajes sesiones de torturas. Uno de los testimonios de esa noche fue el del camarada Kehoe —apoderado del Partido, miembro del Comité Provincial de Rosario y secretario de LADH de Rosario—, donde fue brutalmente torturado por Lozón, quien, paradójicamente, y lo que le suma más cinismo, había sido compañero del colegio, y mientras lo torturaba le hablaba de anécdotas de cuando eran niños. ¡Una monstruosidad! Cuando termina la salvaje sesión de tortura al camarada Guillermo Kehoe, le dice Lozón: “Lo que te pasó a vos no es nada comparado con lo que le va a pasar a Ingallinella.”
El último en verlo a Inga dentro de este centro de tortura es el contador Héctor Palma, donde lo llevan con forcejeos, se prende la radio a un volumen muy alto, empieza la sesión de tortura con Inga y nunca más se lo vio.
Una vez liberados Kehoe, Jaime y todos los detenidos, Inga no aparecía, y los criminales habían falsificado su firma como que había quedado en libertad. Cuando la mujer del doctor fue a reclamar, las justificaciones eran que seguramente “se fue con una amiga”. La verdad era otra: a Ingallinella lo habían torturado y lo habían asesinado en la mesa de torturas. Se habían ensañado con él. No le perdonaron su entrega revolucionaria a construir el socialismo, no le perdonaron portar el rojo carnet del Partido Comunista.
Fue cuestión de minutos para que Rosa Trumper de Ingallinella, su mujer, denuncie su desaparición. Ella sabía que no andaba por ahí, que era un comunista ejemplar, con una conducta, y con una moral y ética proletaria. Ya en nuestro país había pasado el caso de nuestros camaradas Carlos Antonio Aguirre y Ernesto Mario Bravo. ¡Había que actuar rápido!
Rápidamente, el abogado Guillermo Kehoe denuncia las torturas vividas y pide el esclarecimiento sobre cuál es el paradero de Ingallinella, y el Partido Comunista, con el entrañable camarada Florindo Moretti a la cabeza, se pone en pie para pedir la aparición de su camarada Inga, donde se gestaron luchas casi diarias de todo el pueblo santafesino. En todos los talleres, fábricas, agrupaciones de profesionales, organizaciones del pueblo, universidades, se unían en un solo grito: ¡el pueblo quiere saber dónde está el doctor Ingallinella!
La clase obrera y el pueblo rosarino demostraron su combatividad y su solidaridad con los caídos de su partido de vanguardia, el Partido Comunista. En el barrio de La Tablada, donde vivía Inga, se generó una Comisión de Vecinos en solidaridad que realizaba constantes actividades de agitación y propaganda. Los judiciales de Rosario hicieron huelga para pedir el esclarecimiento del caso del doctor. A la vez, un manifiesto firmado por 500 médicos rosarinos llamaba a la movilización por Inga. Hasta el cardenal Caggiano y el Premio Nobel Bernardo Houssay pidieron por la aparición de Ingallinella. Uno de los puntos más grandes de la lucha fue cuando se realizó una huelga nacional convocada por la Confederación Médica de la República Argentina, donde se movilizaron más de 18.000 profesionales, algo nunca visto hasta el momento. Una verdadera acción de todo el pueblo.

Con toda la movilización popular, encabezada por el Partido, tuvo como consecuencia la detención de Lozón y su banda de criminales, que terminan confesando el crimen, pero acudiendo a que “falleció de un síncope cardíaco mientras era interrogado”. Confesaron el crimen, pero no dónde estaba el cuerpo de Ingallinella.
Sus torturadores y asesinos pagaron prisión ¿Suficiente castigo? Lozón, jefe torturador y principal responsable, cumplió una condena de 18 años, pero no es suficiente para calmar el dolor de todo un pueblo, de su mujer y de su hija, de sus compañeros de armas del Partido, que habían perdido a un cuadro integral para la revolución.
Ya han pasado 70 inviernos. Los comunistas lo sentimos como ayer, hasta muchos que no lo vivimos, porque la sangre pesa, la historia tira, porque cada caído en combate acompaña cada actividad: una volanteada, una pintada, el piqueteo de la prensa, la visita y atención a los camaradas, una represión, una respuesta organizada del pueblo. Porque son bandera, y no cualquier bandera: esa bandera que está prohibido tirar, bajar, ensuciar y vender. Porque esa bandera roja representa la sangre de cientos y miles de comunistas que han dejado la conformidad y la comida por volcarse a construir un mañana rojo. No es cualquier bandera: es la bandera que llevamos al combate, la del martillo y la hoz, donde Inga, Jorge Calvo, Marcelo Feito, Freddy Rojas y tantos otros están estampados, vigilando los avances y los retrocesos. La bandera la llevamos al combate porque tenemos vocación de poder. Como Ingallinella, levantamos su legado porque Inga prefirió sacrificar su vida en vez de vender a sus camaradas y al Partido, pues bien sabía que era y es la herramienta más preciada para la conquista del poder.
Ese legado de entrega revolucionaria, que sus herederos lo levantamos, estará en cada trabajador, en cada estudiante o vecino de un barrio que próximamente reciba el rojo carnet del Partido Comunista. Ese carnet que Juan Ingallinella defendió hasta la muerte.