El 2 de noviembre tuvo lugar la 33º Marcha del Orgullo en nuestro país, y hay varias cuestiones para analizar. En primer lugar, los y las comunistas hemos sido históricamente impulsores de la defensa de la mujer trabajadora y la comunidad LGBT. Nuestras camaradas, como Alcira de la Peña, Fanny Edelman, Irma Othar, Diana Sacayan, Florencia Gómez y Lohana Berkins, son el ejemplo de esa lucha contra este sistema capitalista que oprime a la clase trabajadora y margina a las y los trabajadores del colectivo LGBT; pioneras y protagonistas de la organización de las mujeres y la población LGBT en Argentina, cuya memoria hoy en día es mayormente relegada al olvido o mancillada por diferentes corrientes del pensamiento burgués que pretenden borrar su historia y legado como mujeres comunistas, hijas de la clase trabajadora que lucharon incansablemente por el socialismo y pretendieron construir un movimiento verdaderamente combativo bajo una óptica clasista. Del mismo modo es necesario comprender que el movimiento LGBT de la Argentina ha sido sometido a un proceso de aleccionamiento y desradicalización que debe ser rechazado. A los discursos oportunistas debemos anteponernos retomando la tradición de lucha de larga data escrita en nuestro suelo por cientos y miles de trabajadores y trabajadoras adelantados, incluso, a los grandes hitos como Stonewall, que hace más de 55 años comenzaron a organizarse desde la clandestinidad sin temor a enfrentar al aparato represivo del Estado cara a cara y que han sufrido despidos, represiones, la cárcel e, incluso, la muerte.
Estos debates eclosionan y se hacen especialmente presentes en torno a la fecha de la marcha: por un lado, la vieja discusión sobre el carácter de la misma aún vigente y el rechazo de parte de la comunidad a la politización de la misma, dan cuenta de la pérdida de esta tradición y su disolución en manos de corrientes socialdemócratas y liberales que pretenden en mayor o menor medida reducirla a una jornada de celebración y festejo, un mega evento comercial donde la concentración de millones de personas en las calles de la Capital del país no sea motivo de preocupación para la clase dominante y sus representantes, ni alimente un movimiento, sino que sea una oportunidad de negocios para lavar su imagen y llenarse los bolsillos a costa de quienes oprimen los otros 364 días del año.
En segundo lugar, es importante remarcar que la posición marxista jamás pone la orientación sexual o el género autopercibido sobre la cuestión de clase, y esto es una discrepancia en torno a cómo abordar las cuestiones referidas al colectivo, y es la diferencia entre los revolucionarios y los progresistas-oportunistas que han hecho de una lucha legítima una bandera más de la burguesía.
En la movilización una de las principales consignas que se vio fue la de “Mucho sexo gay”, como respuesta a Javier Milei por sus dichos en X. Sabiendo que el colectivo LGBT en su mayoría está hegemonizado por la ideología burguesa, es necesario hablar sobre las consignas en esta coyuntura de un gobierno antiobrero y antipopular, con fuertes componentes reaccionarios, homofóbicos, transfobicos. Al poder burgués no le mueve un pelo esa consigna. En primer lugar, porque no tiene contenido de clase, por ende, no tiene potencial revolucionario, y aquí debemos preguntarnos si el colectivo organizado tiene composición obrera o no, y, en caso que la tenga, si es parte de la conducción política de este movimiento; y acá la respuesta es clara: no. Los marxistas-leninistas queremos la liberación de la clase obrera, sin importar su género u orientación sexual. El colectivo LGBT -compuesto únicamente por la clase obrera y el pueblo- será libre de toda opresión y discriminación en el socialismo, por eso la bandera multicolor jamás irá sobre la bandera roja, porque no existe la erradicación de la discriminación bajo el capitalismo; la erradicación de la discriminación de las minorías sexuales que son parte de la clase obrera se dará en el marco de la toma del poder y la construcción del socialismo-comunismo, y no bajo la aprobación de la burguesía o mediante concesiones y reformas a la ley; y esto supone dos visiones antagónicas sobre cómo debe ser el movimiento, su dirección política y su forma de actuar y concebirse, primando hoy sin dudas una que no compromete de forma alguna al poder burgués, por el contrario, le abre la puerta a estas instancias y le permite contenerlas y conducirlas, le permite protagonizar con su patrocinio y sus carrozas el mismo espacio que fue inaugurado por trabajadores que cubrían sus rostros para no ser despedidos por las mismas empresas que hoy llenan las calles de sus productos y sus logotipos en esta jornada, y que temían sufrir la represión del mismo Estado que en años recientes también busca dar la nota y apadrinar estas concentraciones.
Hoy la dirección política del movimiento LGBT son las grandes empresas que se financian a costa de una lucha legítima, por ende, las consignas no tienen contenido obrero y popular, y mucho peor, las consignas de la izquierda progresista, como el FIT-U, van en el mismo sentido, sacándole todo contenido de clase y potencial combativo, plegándose a las consignas vacías. Bajo esta dirección, el movimiento tampoco llama a lo que la burguesía teme, que es la organización y la lucha real, no le mueve un pelo, porque sabe muy bien que el progresismo -quien dirige el colectivo- no tiene intenciones de derrocar el poder burgués, por el contrario, pelea por prolongar la vida del capital y poder “conquistar sus derechos” en ese marco.
Bajo esta dirección es imposible evitar una infiltración y usurpación de la lucha y los reclamos, y por eso hoy en día la Marcha del Orgullo se reduce mayormente a una demostración intrascendente y a ser una fiesta. La propuesta de la burguesía y el progresismo para la población, especialmente la juventud LGBT, no es más que la aceptación de una identidad mercantilizable, basada en el consumo y en la alienación a la que se le concede un día en el que canalizar su sufrimiento, no en el odio de clase, sino en el desenfreno. Esto no significa que la celebración y la alegría no tengan lugar, sino que el mismo está en la lucha, en la organización colectiva y el cuestionamiento del lugar al que nos pretende relegar la burguesía. Y cuando la alegría no es permitida, lo único que puede dar la burguesía al colectivo es el utilizarlo como chivo expiatorio, el ponerlo en agenda y desplegar su batería mediática para amedrentarlo y posicionarlo como enemigo de las masas, amenazar su integridad incluso física para desviar la atención del saqueo que emprenden y señalarlo como culpable de todos los males.
Las consignas demuestran que la intención del progresismo no es acabar con la discriminación que sufre el colectivo LGBT, sino que parte de su colectivo sea parte de la clase explotadora: que haya políticos gays, empresarias lesbianas, gerentes trans, etc. La consigna de esta etapa no pueden ser “Mucho sexo gay” frente a un gobierno de ajuste, entrega y represión con un discurso reaccionario, homofóbico y transfóbico, ni danzas con canciones de Lali; tiene que tener un contenido profundamente de clase, de derrocamiento del capitalismo como el mal de todos los problemas actuales, incluidos los del colectivo LGBT. Vivimos bajo un gobierno que pretende vaciar los pocos espacios de contención que tiene la amplia mayoría de la población LGBT, como lo son la salud y la educación públicas, que fomenta y avala los crímenes de odio, que despide a los trabajadores del Estado. El colectivo en su enorme mayoría está compuesto por trabajadores y trabajadoras, que en consecuencia sufren especialmente esta ofensiva antiobrera y antipopular, porque con el desguace del sistema sanitario ya no tendrán acceso a los recursos terapéuticos que salvan vidas y permiten vidas dignas, a no ser que puedan permitirse acudir al sector privado o corran con la suerte de que su obra social siquiera cumpla con la ley en caso de tener una, porque ya no tendrán acceso a programas de acompañamiento y en caso de acceder a un empleo en el sector público, una de las pocas posibilidades reales de gozar de mínimos derechos laborales para la población trans, tendrán que vivir bajo la incertidumbre de si no serán el próximo en ser despedido sin previo aviso y sin motivo real, porque quienes son forzados tempranamente a valerse por si mismos ante el abandono por parte de sus familias enfrentarán cada vez más dificultades para formarse y para el ya tristemente fantasioso para parte del colectivo sueño de poder trabajar en blanco que se agrava en un contexto donde son cientos de miles los argentinos que perdieron su fuente de sustento. Tampoco quienes sufran un crimen de odio tendrán a donde acudir para exigir justicia.
Esta realidad es la que la burguesía quiere que ignoremos, porque sería un problema para sus intereses si los trabajadores LGBT toman conciencia del factor de clase que atraviesa sus padecimientos y que debe guiar su lucha. La lucha LGBT no es una abstracción o algo ajeno a la realidad del país cuando vemos que se trata de cientos de miles o millones de trabajadores que sufren en carne propia lo peor de la crisis capitalista, y por eso es que los movimientos conducidos por el progresismo aportan sólo a sacarle su potencialidad combativa. Priorizan el identitarismo delante de su condición social, de su rol en la producción y en el sistema.
Debemos rechazar a quienes ignoran, niegan u ocultan la realidad de clase, ya sea el progresismo y la izquierda oportunista en afán de cuidar los intereses burgueses, o la izquierda marginal negacionista de las problemáticas LGBT que considera que la actual cooptación burguesa es en realidad su esencia y, por ende, desconoce la realidad de incontables trabajadores y su potencial revolucionario.
Sólo la clase obrera -sin importar su orientación y género-, y su partido de vanguardia, el Partido Comunista, podrán liberar a la sociedad del yugo capitalista. Nunca deberemos poner la bandera multicolor sobre la roja bandera emancipadora, porque esa bandera será la que construya la nueva sociedad, sin explotados ni explotadores, una sociedad sin clases: el socialismo-comunismo, porque lo único que ofrecen a la población LGBT trabajadora la burguesía y quienes cuidan sus intereses de forma consciente o inconsciente, es la barbarie capitalista, el desconectarse de la realidad para no poder transformarla y el ser el chivo expiatorio por excelencia en tiempos de crisis.